Gran ejemplo! Se graduó del colegio a los 75 años


Un gran ejemplo! Don José Sinaí Garay se graduó a los 75 años de edad. “Nunca es tarde. Los años no son un impedimento para cultivarse, para saber un poco más. Estudiar es como el alimento del alma”, expresó



Colombia.- El domingo, en las veredas de los alrededores y en el silencio más recóndito de las fincas de Silvania (Cundinamarca), se advirtió un solo ruido constante: la parranda de grado de José Sinaí Garay, aquel señor entrañable que, a sus 75 años, se graduó por fin en el colegio municipal.



Lo tenía todo en ese instante. La alegría era tan grande que los asistentes oscilaban entre el júbilo y un llanto feliz. Don José apenas podía controlar sus gestos generosos. La fiesta se acabaría a las 3 de la mañana. Nada ostentosa.


Allí, en medio del barullo, Sinaí atinó a decir: “Nunca es tarde. Los años no son un impedimento para cultivarse, para saber un poco más”.

El viejo vio llegar con sorpresa a personas de todas las edades a la misma finca que levantó con sus manos campesinas. Profesores, familiares, alumnos del colegio.

Con humildad, pero sin escatimar en gastos, sus siete hijos y su mujer le habían montado una celebración digna de un gran hombre: 100 invitados, lechona, una torta de cuatro pisos y un grupo de mariachis que le cantó sus canciones preferidas: Mi querido cascarrabias, 20 años menos y El rey.

Nada de frases magníficas. Solo el baile, las sonrisas. “Bailé con todas las mujeres. Una hija mía a la que no veía hacía cinco años llegó sin avisar. Esto parece un sueño”, dijo Sinaí conmovido.

Pero hay un antes. A las 5 de la mañana, Sinaí recorrió de nuevo el mismo camino pedregoso de todos los días. Recordó en la soledad del monte los cinco años anteriores. Supo que el tiempo invertido no se había malgastado. Pero aún seguía incrédulo.


Sólo cuando se cambió los botines de combate por los zapatos lustrados pudo asumir el simple hecho. Estaba en la casa de su hija, a pocas cuadras del colegio.

Antes de entrar al instituto, sus hijas le acomodaron el birrete. Bastó con pisar el aula de grados del colegio para recibir una ovación general. Cantó con énfasis el Himno Nacional. Hizo el juramento de grado como si en ello se jugara su palabra.

A su lado, los rostros sin barba, casi de niños, contrastaban con sus rasgos de hombre curtido por el sol, por el trabajo. Su nieta le hizo saber entonces que ahora, en el colegio, todos la buscaban para que les hablara de su abuelo, el viejo sabio.

Antes de irse a dormir, cansado, pero contento, Sinaí, meditativo, entendió de repente una verdad sencilla, pero fundamental: que su proceso se parecía en todo al del campo. Sembrar sin saber si se va a tener suerte. Esperar, ser paciente. Cuidar la planta, darle sus tiempos. Y recoger un fruto tangible.

“Estudiar es como el alimento del alma”, dijo para terminar. Se acostó, por primera vez en mucho tiempo, satisfecho, realizado. La angustia de la espera terminó para siempre.

SANTIAGO GÓMEZ LEMA
Redactor de EL TIEMPO



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