LA HISTORIA DE UN HOMBRE MARAVILLOSO Y EL HOMENAJE DE SUS AMIGOS:
Cuando Lawrence Anthony (Johanesburgo, 1950) vio en abril de 2003 las imágenes de un Bagad en llamas, pensó en lo que la jerga militar denomina “daños colaterales”, es decir, las víctimas del combate ajenas a los contendientes.
Anthony había oído que la capital de Irak albergaba uno de los zoológicos más grandes de Oriente Próximo. “No podía apartar de mí la imagen de los animales muriéndose en sus jaulas”, afirmó, tras conseguir poner a muchos de ellos a salvo.
Anthony era hijo de un minero escocés que dejó el pico para emigrar a Sudáfrica, donde fundó una empresa aseguradora.
De él heredó la empresa y el amor por la naturaleza del país. Su situación económica le permitió afrontar los cuantiosos desembolsos que originaban las operaciones de salvamento de animales en las zonas de conflicto bélico, a las que dedicó los últimos años de su vida.
Uno de los méritos más notorios de Anthony fue lograr que facciones que se habían enfrentado encarnizadamente cooperaran en sus acciones de rescate.
En Bagdad, por ejemplo, iraquíes —tanto aquellos que se habían unido a las fuerzas invasoras como los que formaban parte de la resistencia, incluidos algunos miembros de la guardia personal de Sadam Husein— y estadounidenses cooperaron hombro con hombro para poner a salvo a los pocos animales que habían sobrevivido al conflicto (35 de los 650 censados en el zoológico).
Los ejemplares que no habían sido abatidos durante los combates, o que no habían servido de alimento a una población hambrienta, se encontraban en un estado tan lamentable que su primer pensamiento fue poner fin a sus sufrimientos acabando con su vida.
Sin embargo, sacando recursos de donde pudo en una ciudad devastada por los combates, logró mantener vivos a la mayoría de los supervivientes y organizar su evacuación. Por esta acción recibió la medalla al valor de la Tercera Compañía de Infantería del Ejército de Estados Unidos.
El siguiente ejercicio de diplomacia de Anthony en zonas bélicas se produjo en 2006. Logró convencer a las dos facciones que luchaban en la República Democrática del Congo de que cesaran las hostilidades hasta ver qué se hacía con los rinocerontes blancos que deambulaban por la zona.
En concreto, una de ellas, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA), se había dedicado hasta entonces a disparar a los rinocerontes y a los guardas forestales que custodiaban su hábitat.
Cuando Anthony puso en conocimiento de Joseph Kony, jefe del LRA, que solo quedaban cuatro ejemplares de la especie, este ordenó acabar de inmediato con la bárbara práctica: el clan al que pertenecía el señor de la guerra se sentía espiritualmente unido a los paquidermos.
Estas experiencias dieron a Lawrence Anthony material suficiente para escribir dos obras Babylon's ark: the incredible wartime rescue of the Baghdad zoo [El arca de Babilonia: el increíble rescate del zoo de Bagdad durante la guerra] y The last rhinos [Los últimos rinocerontes].
Tampoco se olvidó de los animales de su propia tierra: en 1999 adoptó una familia de elefantes salvajes, que estuvieron a punto de ser abatidos debido a los problemas que causaban en el área donde se movían, lo que le valió ser conocido como “el hombre que susurraba a los elefantes”, plasmado en su libro "The Elephant Whisperer".
El conservacionista sudafricano falleció de un paro cardíaco en su ciudad natal el 2 de marzo de 2012, a los 62 años, y aquí comenzó otra historia conmovedora:
Cuentan que dos días después de haber fallecido, aparecieron en su casa dos numerosas manadas de elefantes salvajes con los que él había interactuado en años anteriores en la reserva de Thula Thula, situada en la región KwaZulo de Sudáfrica, con dos enormes matriarcas a la cabeza.
Las manadas salvajes llegaron por separado, una el sábado y la otra el domingo, para despedirse de su bienamado amigo humano. En total, se presentaron en su casa un total de 31 elefantes que habían caminado pacientemente por cerca de 20 km para acercarse al lugar donde hasta entonces había vivido Lawrence.
Testigos de este espectáculo, los humanos estaban asombrados no sólo por la suprema inteligencia y la precisión exacta con que estos elefantes sintieron el deceso de Lawrence, sino también por los recuerdos y emociones profundos que estos amados animales evocaron de forma tan organizada: Caminando lentamente -durante dos días- y abriéndose camino en una sola fila solemne desde su habitat hasta su casa.
La esposa de Lawrence, Françoise, cuenta que se conmovió profundamente porque los elefantes no habían estado en su casa antes de ese día ¡desde hacía más de 2 años!
Era obvio que los elefantes sabían bien a dónde iban y que querían dar su más profundo pésame, honrando a su amigo que les había salvado la vida - tanto así que permanecieron 2 días más con sus noches alrededor de su casa sin comer absolutamente nada.
En la mañana del cuarto día, un miércoles, partieron, emprendiendo su largo viaje de regreso a casa.
Si alguna vez realmente podemos sentir la maravillosa "interdependencia de todos los seres", es cuando reflexionamos sobre los elefantes de Thula Thula.
El corazón de un hombre generoso se detiene y decenas de corazones de elefantes se sienten súbitamente afligidos.
El corazón amoroso de este hombre ofreció curación y protección a estos elefantes, y en el momento de su muerte, lo supieron inexplicablemente, y llegaron a su casa a brindar un cariñoso homenaje a su amigo.
fuente: elpais.com
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